Por Gustavo Martínez
El Senador Nacional Carlos Reutemann ha realizado declaraciones en los últimos días.
Ante esto, quiero expresar lo siguiente: El senador nacional Carlos Reutemann ha salido nuevamente de su habitual silencio con el propósito de ofrecernos a los santafesinos una lección sobre la historia reciente de nuestra provincia y de nuestro país. Quizá no recuerde que ya tuvo en sus manos la oportunidad de darnos alguna lección. Y bien que la dio, lamentablemente con creces. Nos enseñó la magnitud del dolor: de sus dos mandatos nos quedan los muertos, entre ellos alguien con quien compartí trabajo, luchas y proyectos y que después de muerto me llevó a conocer a madres y padres, hijos y hermanos de las víctimas de la masacre de diciembre y de las inundaciones del 29 de abril del 2003: 23 muertos en los días de la inundación y, posteriormente, más de 150 a causa de la misma.
Diciembre de 2001 y abril de 2003 han marcado hasta el hueso nuestra historia reciente. Marcas sobre marcas, heridas y llagas provocadas por los ejecutores de la dictadura genocida entre los que el ex gobernador santafesino reclutó a sus ministros y secretarios: Mercier, secretario de Hacienda de la dictadura y secretario de Hacienda de Reutemann en sus dos gobiernos; el Tte. Coronel Riege, responsable de 40 casos de desaparición forzada de personas durante su gestión al frente de la UR II de la policía santafesina, y secretario de seguridad del primer mandato de Reutemann, cargo que durante el segundo ocupó Enrique Alvarez, quien formó y forma parte de la SIDE desde marzo de 1976 y hasta el momento sigue dando cursos en la Escuela Superior de Inteligencia.
“Reutemann tiene predilección por los genocidas”, sentenció en un artículo, hace 15 años, el maestro Rubén Naranjo, uno de los pilares de la lucha por los DDHH en nuestra zona.
Y también la tiene, vale añadir, por quienes le dieron continuidad a los planes económicos de la dictadura, como su padrino político Carlos Menem.
Algunos dirán que es una exageración afirmar que cada declaración de Reutemann compromete la paz social de nuestra provincia. Esos algunos son los que no han tenido la oportunidad de poner a prueba la dignidad, la memoria y la paciencia de los miles de luchadores sociales que diariamente le dan sentido a la democracia, más allá de las políticas oficiales. Reutemann no entendió, y jamás logrará entender, nada de lo que pasa abajo, en el llano, nada de lo que ocurre en cada casa, en cada barrio.
No entendió, y jamás logrará entender, que hay muertos que viven y vivos que están muertos; que una cosa es contar con la impunidad del poder judicial y otra muy distinta es lograr la impunidad, el olvido o el perdón del pueblo y sus muertos, que no paran de gritar por justicia y dignidad para todos.
No entendió, y jamás logrará entender, que nacimos sólo con dos mejillas; que junto al dolor y la bronca, y con idéntica velocidad, crecen la esperanza y la alegría de seguir la lucha; que “Dios es negra”; que miles de hormigas pueden hacer de un elefante comida de invierno; que puede discutirse acerca de la existencia de Dios pero no sobre “la resurrección de los muertos” y los fantasmas que recorren nuestros paises como en otros momentos recorrieron Europa.
Reutemann no entendió, y jamás logrará entender, eso de que 2000 años después pocos recuerdan el nombre de los soldados romanos que crucificaron a ese hombre sencillo, hijo de trabajadores.
No entendió, y jamás logrará entender, que eso no es olvido, ni desmemoria: la humanidad entera, a la hora de describir en pocas palabras la brutalidad y la bajeza de nuestra especie y sus gobernantes, recurre a frases y expresiones imborrables, que siempre permanecerán en la memoria colectiva: “Lavarse las manos”, “Poncio Pilato”.
“Yo no sabía”, dice el senador ante la inundación. “No di orden de matar a nadie” en diciembre del 2001, argumenta.
El Poncio Piloto santafesino podrá repetir esas vaguedades hasta el cansancio. No entiende, y jamás logrará entender, que ninguna palabra cambiará ya la historia y la realidad y los hechos, que los muertos viven y sus voces se multiplican, y que hay vivos que caminan sin comprender que están muertos.
Los nombres de los que gatillaron, como Velázquez, Quiroz, Iglesias y otros, se irán perdiendo para los muchos, pero, a la vez, esos muchos, cada vez más, con el correr del tiempo le pondrán nombre y apellido a la cobardía, a la ignominia, al escarnio, al robo de nuestra riqueza y a los responsables de tanto dolor.
En este país, la derecha mata, amenaza, chantajea y difama para obtener el control de dos áreas de gobierno que considera fundamentales: economía y seguridad. Y, sin embargo, cuando las tiene en sus manos mata mucho más, con balas de hambre, de impunidad, y también con las de plomo.
Está escrito en los paredones de Ludueña: “Cuando la cana nos tira, el que apunta es el gobierno”. En los dos gobiernos de Reutemann, el mismo secretario de Hacienda que brindó sus buenos oficios a la dictadura genocida.
Los dos secretarios de Seguridad en su gobierno, también compinches de los genocidas. A veces derrochamos recursos, tiempo y palabras. Bastaría con mencionar solamente esto último para describir a este hombre carente de fe y dignidad que hoy pretende dar cátedra de democracia. En estos días de muertes anunciadas en el Irar, en las cárceles, en las calles, se habla de la avalancha de anuncios de bienestar y de lo poco que se escucha y se ve y se analiza y se “debate” lo que ya pasó. Resultado, se termina ignorando lo que se anuncia y lo que viene ahí, aquí cerquita, al lado nuestro, y entonces volvemos a escribir y hablar para unos cuantos muchos que no quieren o no pueden leer o escuchar.
Ya sabemos muchas cosas del futuro.
Por ejemplo, sabemos que en los próximos días habrá denuncias de apremios ilegales, muertos en rutas, un abuelo golpeado, un robo a un banco, un caso de gatillo fácil, una carpa por despidos, y habrá otras delicias que ya sabemos. Podemos cerrar los ojos y la boca, pero sabemos. Lamentablemente lo sabemos.
Pero él, el entonces gobernador, “no sabía”. Y jamás lo sabrá.
Queremos parar este mundo, detenerlo al menos por un momento, detener la máquina de fabricar tragedias humanas. Pero no, no hay caso.
Imaginamos situaciones frente a todo lo que parece que se anuncia, e imaginamos respuestas porque la historia nos ha enseñado que cuando tenemos la melancólica esperanza de que es el último asesinato, viene otro, y Maxi y Darío, y el Oso Cisneros y la desaparición de Jorge Lopez y el fusilamiento del compañero Carlos Fuentealba y ... Esa letra, “y”, ya duele de tan interminable, de tan injusta...
Hace mucho tiempo que no juramos.
Hace mucho tiempo de muchas cosas que no hacemos aunque las imaginemos tan reales, tan nítidas, y tan necesarias.
“En esta puta ciudad” no sólo “hay un grito que crece, un grito que no deja dormir a los verdugos ni reir a los traidores”...hay también rumores, charlas, debates y propuestas. Y hay cosas que sabemos van a suceder...
Podría decir que lo juro por mi compañero Pocho Lepratti, por Sandra Cabrera, a la que no pudieron gatillarle de frente; por Orlando Lepratti, asesinado-intoxicado por esa grosera impunidad que espesa y agita la sangre que va y viene del corazón.
Podría decir que lo juro por el Gringo Porcu, con el que decidimos muchas cosas, entre ellas robarle (hurtarle, diría M. Eugenia) al cáncer que le comía los huesos la decisión del momento y del cómo morir. Decidimos echar por tierra el titular que tenía preparado, y lo decidimos democráticamente, después de varios empates 1 a 1 hasta que fuimos tres en la asamblea y quedé en minoría en el debate frente al Gringo y al pasaje de Hamlet que habíamos convocado para que hablara sobre cómo el miedo a la muerte nos hace cobardes y andamos soportando la violencia de los tiranos. Lo podría jurar por esa votación de dos, que terminó tres a cero, y también por ese momento en que pude jurarle que lo haría. (No importa que no se entiendan algunas cosas, no pretendo abrir debate alguno sobre la eutanasia y su relación con los mandatos de asambleas)
Podría decir: lo juro por todos ellos que conocí (todos menos Hamlet) , pero no. No es “algo personal” ni individual, ni algo para compartir con los muchos que también los conocieron a todos ellos, que éramos los nosotros.
Quiero que se entienda bien. Sueño, anhelo, tengo la esperanza de que mis compañeros, todos y los que no lo son, y los que no conozco ni voy a conocer, también lo entiendan: intento eso, torpe, con ilusión.
Por eso: lo juro por Juan Ramírez, al que no conocí, y millones no lo conocieron, y que ya es parte de las miles de muertes olvidadas, negadas, pisoteadas, de las que ni siquiera se les echan en la cara a los Reutemann, a los Obeid, a los De la Rua cuando pasean su indignidad por nuestras calles. Lo juro por Juan, que a pesar de tener nombre y apellido fue anónimo a las pocas horas de haberse muerto de infarto aquel marzo del 2004 en una de las 520 escuelas que no tenían emergencia mèdica, y una de las 60 que no tenían teléfono.
Lo juro por sus 58 años, por su plan “jefe de Hogar”, por su “titulo” de portero sin serlo, o serlo a pesar de su plan trabajar. Juan Ramirez cayó mientras se izaba la bandera, en la escuela 154, en marzo del 2004.
No había teléfono, ni emergencia médica, “plan jefe de hogar” haciendo el trabajo de portero, no había teléfono, ni emergencia médica, ni ministerio, ni camilla para trasladarlo a él y a su corazón. Sólo había brazos de maestro donde caerse y morir mientras se izaba la bandera en una escuela sin teléfono ni emergencia médica.
Lo juro por Juan Ramirez y también por los brazos de esa maestra en los que murió, y ese silencio que imagino y ese calor que se fue yendo y ese frío que corrió por todos los que nos fuimos enterando de todo, menos de quien era Juan Ramirez.
Juro, como ya lo están haciendo muchos en esta ciudad, que al próximo compañero o compañera que asesinen lo vamos a velar ahí, en donde están los que deciden o permiten que sigan muriendo los que luchan por una sociedad en la que los padres no estén en el velorio de sus hijos.
Juro, como ya lo están haciendo muchos en esta ciudad, que no habrá cementerio de muertos para nuestros compañeros y compañeras que VIVEN.
La Plaza que está frente al edificio donde dormitan los que deciden, los que permiten que sigan muriendo los que luchan por una sociedad en la que los padres no estén en el velorio de sus hijos, ese será el lugar para ellos, para esa parte del nosotros. Lo juramos por todos los Juan Ramirez que ese será el lugar y la sala para velar la dignidad y la vida.
No más salas para velar la muerte de los que en verdad nacieron un diciembre del 2001, un 26 de junio del 2002, un 5 de abril de 2007. Reutemann podrá continuar con sus fraserío hipócrita: “Yo no sabía”, “No di orden de matar a nadie”.
Nosotros, en cambio, seguiremos aferrados a una frase cargada de historia, de presente y futuro: “Los cementerios son para los muertos y las plazas para los que VIVEN”.
Gustavo Martinez - ATE Rosario