jueves, agosto 03, 2006

De la Declaración Universal de los Derechos Humanos (año 1948)

Artículo 3: todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

Cada uno de los derechos aquí enunciados admite diversos enfoques, y de por sí serían dignos de libros completos. De modo que sería absurda cualquier síntesis conceptual en un espacio reducido como este. A lo sumo se pueden formular algunas reflexiones y comentarios.
El artículo 3 fue quizás el más citado por los organismos de Derechos Humanos en épocas de la última dictadura militar, ya que el terrorismo de estado, con su plan de exterminio de una generación luchadora, violó sistemáticamente el más elemental de los derechos: El Derecho a la Vida. Luego, en otros artículos de la Declaración, se explicitan derechos que hacen a una vida digna para el ser humano.
Para decir que el Estado garantiza el derecho a la vida, en un país exportador de alimentos, se debería comenzar por eliminar la desnutrición, en todos los grados y niveles, e implementar políticas que disminuyan drásticamente la inequidad social, en la cual se basa la violencia, la inseguridad y los crímenes del “gatillo fácil”. Garantizar el acceso a la medicina a toda la población desde la propia concepción y el nacimiento hasta la vejez, y no que haya una medicina para ricos y otra para pobres que produce muerte por desatención y falta de recursos. Toda esa inequidad está basada en los requerimientos de “rentabilidad” del capitalismo local y extranjero, que necesita mano de obra barata, y desocupación estructural que la posibilite.
El derecho a la libertad ha sido siempre el eslogan central del liberalismo, del cual tomó su nombre. Un concepto de libertad formulado en términos individuales, que de hecho significa privilegios para unos pocos, y privaciones y opresión para muchos. Son incontables las libertades formales que tenemos, pero muy pocas las que realmente gozamos, tal como se analizará en relación con otros artículos de la Declaración.
La libertad se suele definir como la menor existencia posible de restricciones y la posibilidad que tiene un individuo de elegir o decidir por sí mismo. En ese caso cabrían muchas preguntas: ¿que posibilidad de elegir tiene un desocupado estructural o un joven criado en la miseria? ¿Que puede decidir un obrero durante las 8-.10 horas de trabajo, en las cuales debe obedecer sin chistar? ¿Que tienen de libres las “decisiones” o “elecciones” condicionadas por el miedo o la inseguridad que nos impone nuestra propia situación social y económica? ¿De qué libertad podemos hablar cuando callamos nuestras opiniones por temor a la sanción abierta o encubierta?
En los propios casos en que el individuo tiene posibilidad real de decidir: ¿Se puede considerar libre una elección realizada bajo el condicionamiento y la desinformación que imponen los medios de comunicación, manejados por la minoría privilegiada?
Sin embargo, y a pesar de todo esto, la libertad es uno de los valores fundamentales que debemos sustentar. Una libertad que se construye socialmente y que debe abarcar a todos los individuos. Seremos libres cuando conquistemos un sistema social con igualdad real y no solo formal, en el que tengamos asegurados nuestros derechos básicos. Cuando tengamos participación directa y permanente en las decisiones que nos implican colectivamente, cuando podamos acceder a la información veraz y necesaria para tomar las decisiones, y cuando democráticamente decidamos donde termina la libertad individual y comienzan el deber y la necesidad colectiva. Seremos libres cuando nuestra patria se libere de los acreedores externos y los monopolios que la dominan y saquean.
El derecho a la seguridad tiene similares contenidos individualistas y clasistas en la sociedad actual. Toda la atención y los recursos del Estado se concentran en los sectores de mayores ingresos, mientras que los pobres quedan abandonados a su suerte. Cuando matan a un rico se habla de “crimen” y se moviliza todo el aparato judicial y policial. En cambio, el asesinato de un pobre es muchas veces calificado de “ajuste de cuentas”, y es común que el Estado se desentienda.
La inseguridad en el sentido restringido del término es generada por este sistema de monstruosa inequidad social con una cultura individualista y violenta; y solo se lo pretende combatir con mayores fuerzas policiales y parapoliciales (las empresas de “seguridad”). Paradójicamente es desde esas fuerzas de donde nacen o se amparan gran cantidad de crímenes, robos y secuestros. La práctica demuestra que no ésta la forma de lograr mayor seguridad. Para esto necesitamos políticas que reduzcan efectivamente la inequidad y la exclusión, así como la formación de nuevas fuerzas de seguridad educadas en la defensa de la justicia y de vida y no en la cultura de la corrupción y de la muerte.