30 años de LA NOCHE DE LOS LAPICES
Del 4 al 21 de septiembre de 1976, fueron secuestrados 16 estudiantes secundarios en la ciudad de La Plata. Tenían entre 16 y 18 años, y la utopía de cambiar el mundo en el alma. Reclamaban un boleto secundario de tarifa baja, convencidos de que su demanda era justa, y los fines de semana ayudaban en las villas miseria.
El 16 de septiembre a la madrugada fueron arrancados de sus casas Claudio de Acha (17 años), Horacio Ungaro (17 años), María Clara Ciocchini (18 años), María Claudia Falcone (16 años), Francisco López Muntaner (16 años) y Daniel Alberto Racero (18 años).
Grupos de tarea bajo las órdenes del Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, General Camps, ponían en práctica su plan perverso de eliminar adolescentes mal llamados "subversivos". “La noche de los lápices” fue el nombre dado por Camps al operativo de terror.
Pablo Díaz fue el último estudiante secuestrado y tomó el compromiso de contar con responsabilidad su sufrimiento.
El 2 de diciembre de 1998, se reunió la Cámara Federal de Apelaciones del Circuito en La Plata, con la presidencia de Leopoldo Schiffrin, y la intervención de los jueces Julio Reboredo, Carlos Alberto Nogueira y Antonio Pacilio, a fin de tomar testimonio a Pablo Díaz para que aportara datos en la causa por la desaparición de María Claudia Falcone.
Al finalizar su conmovedor y doloroso testimonio, dijo dirigiéndose a los magistrados: “Por último, si me lo permiten, y luego de haber hecho el esfuerzo de haber pasado por momentos de gran emotividad, lo único que quiero relatarles es que me hice muy amigo en un determinado momento de Jack Fucks, un sobreviviente de Auschwitz, que decía que el hombre es potencialmente bueno y potencialmente malo. Nosotros nos miramos en el horror, sabemos del horror y en virtud de que muchos quedaron, siempre digo que nosotros fuimos los que les soltamos las manos a los compañeros ausentes”.
Continuó diciendo “Y es cierto. Tenemos sus últimas miradas, sus últimas voces, sus últimas alegrías, sus últimos estados de depresión, sus últimos gritos. Y nos han dejado la virtud de que lo que conocimos de ellos indudablemente era la parte potencialmente buena del hombre, y de nuestros represores la parte potencialmente mala del hombre. No hay nada mejor que juzgarlos o condenarlos, porque es lo que siempre va a controlar esa parte mala del hombre. El hombre para mí siempre ha representado un bicho raro, por cómo se ha adaptado a la miseria, por cómo fue hombre en la miseria, y en el Juicio de Castigo a los Culpables la responsabilidad mía, de andar testimoniando, no es agradable pero es justa. Y la responsabilidad, perdónenme, que tienen ustedes los jueces, no es la impunidad sino el castigo. Los buscamos porque los extrañamos mucho (refiriéndose a sus compañeros desparecidos). He dicho todo lo que tenía que decir”.
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