jueves, octubre 26, 2006

De la Declaración Universal de los Derechos Humanos (año 1948)

Artículo 5: Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

Se trata de uno de los artículos claves de la Declaración, y que debiera ponerse en la portada de todas las comisarías y cárceles argentinas, y en todos los sitios donde se haga presente el presidente de EEUU, George W. Bush, que acaba de legalizar una práctica que el Imperio viene implementando desde hace muchas décadas. Los militares y policías argentinos de las últimas dos dictaduras, que torturaron a decenas de miles de personas, fueron entrenados para eso por norteamericanos en la llamada “Escuela de las Américas” de Panamá. El objetivo central era quebrar la voluntad a través de tratos crueles e inhumanos, para que el prisionero elija su propia salvación individual, a cambio de entregar secretos, de abandonar toda motivación de lucha, o de colaborar abiertamente con el enemigo.
No viene al caso hacer un listado de todas aquellas “técnicas” aberrantes aprendidas y usadas por los torturadores, aunque quizás se imponga una reflexión acerca de cómo una persona común llega a transformarse en torturador. Porque, en general, no se trata de psicópatas de nacimiento, sino de seres humanos normales, que llegan a ese comportamiento a través del adoctrinamiento y entrenamiento. El adoctrinamiento se basa en elementos irracionales, a través de los cuales se inculca el odio ciego hacia ciertos grupos humanos con alguna identidad política, religiosa, o étnica, a quienes se demoniza y ubica en una categoría sub-humana. Por ejemplo, Carlos Del Frade denunció que sectores de la policía rosarina hablan de “mutantes” para referirse a los marginados sociales que luchan de mil maneras por sobrevivir. Así opera la preparación ideológica previa de un potencial torturador. Luego viene el entrenamiento, que es más “técnico”, y consiste en insensibilizar al individuo, a través de la tortura entre unos y otros, y el acostumbramiento a la violencia como algo cotidiano. Un ejemplo es el trato degradante que los alumnos mayores dan a los menores en los colegios militares, o que los suboficiales daban a los conscriptos en la época del servicio militar obligatorio, lo que cobró muchas víctimas. El efecto se observa también en la gran cantidad de mujeres que son golpeadas por sus maridos policías.
Otro aspecto a analizar sobre la tortura y los tratos crueles a seres humanos, es su raíz histórica y política. La tortura institucional, bajo una forma u otra, fue utilizada por los poderosos para doblegar a sectores oprimidos que ejercían algún tipo de resistencia. El Poder y el privilegio de unos pocos fue siempre el origen de la tortura y de los tratos crueles. Los azotes, el “garrote vil” y la hoguera de la inquisición, el empalamiento o el descuartizamiento practicado por los españoles en América, el “estaqueo” en el campo de los ejércitos argentinos, la picana y decenas de otros métodos “modernos”, fueron algunas de las torturas que se usaron para sostener la sociedad del privilegio y la opresión. Hoy, desde la cúpula del Imperio y desde su sucursal más conspicua de Israel, legalizan una práctica que siempre ejercieron en forma clandestina.
Por el otro lado, y aunque se considere equivocada o no se acepte la lucha armada para desarmar las estructuras del privilegio, no se puede dejar de reconocer que quienes lucharon por una verdadera emancipación del ser humano, jamás recurrieron a la tortura de prisioneros. Simplemente porque cualquier objetivo de liberación verdadera es absolutamente incompatible con las prácticas que degradan al ser humano. El Che Guevara ha dado un claro testimonio en ese sentido. Luchar incluso por la abolición de las clases sociales y contra la opresión entre naciones, no implica el aniquilamiento ni el martirio de ningún sector o país, sino el establecimiento de nuevas relaciones sociales y nacionales, basadas en la igualdad y la fraternidad. De ahí también lo absurdo de la llamada “teoría de los dos demonios”.
Terminar con la tortura y los tratos degradantes es un objetivo fundamental en la lucha por los Derechos Humanos. Eso debe empezar con la sanción y el castigo legal a los torturadores y sus mentores institucionales, se debe continuar transformando profundamente la educación en todos los niveles, especialmente en las escuelas y colegios militares y policiales, y se debe combatir la explotación y la injusticia social, que son madres de todas las otras injusticias.